26 nov 2007

Sociología y representación literaria de las drogas

Por Adrián Melo

En un libro de sociología de la década del sesenta que forma parte de los clásicos, Erving Goffman utilizaba el término de estigmatizado para referirse a aquellos seres que, dentro de una sociedad dada no cumplían con los atributos corrientes y naturales que ésta determinaba para otorgar el estatus de normalidad. La primera referencia al término estigma lo encontraba entre los griegos quienes lo utilizaban para referirse a signos corporales con los cuales se intentaba exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien lo presentaba. En las sociedades modernas Goffman menciona tres tipos de estigmas: las abominaciones del cuerpo o distintas deformidades físicas; los defectos del carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias rígidas y falsas, deshonestidad (y cita como ejemplos perturbaciones mentales, reclusiones, adicciones a la droga, alcoholismo, homosexualidad, desempleo, intentos de suicidio y conductas políticas extremistas); y por último los estigmas tribales de la raza, la nación y la religión, susceptibles de ser transmitidos por herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia.
Si se intenta buscar la representación social de la persona que toma marihuana en las sociedades contemporáneas, sin duda, el término estigmatizado es el más adecuado para ello. Es el marginal visto como enfermo o anormal a los ojos de la sociedad y que por sus propias deficiencias de carácter es proclive a caer en la locura, la paranoia, la muerte o ideas enfermas tales como el marxismo o el comunismo. Aquel que acumula los vicios que la sociedad no tolera.
Más rica es la búsqueda de las drogas –marihuana, hachís u opio- en las ficciones literarias, en donde aparecen como la posibilidad de poder pensar mundos paralelos o soñados, nuevas formas posibles de vivir distintas a las ya establecidas.

Una temporada en el infierno

Ya lo decía Arthur Rimbaud, un verdadero precursor de la búsqueda de la creatividad y del conocimiento por medio de las drogas:

“El primer paso del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, íntegro. Busca su alma, la vigila, la tantea, la estudia. En cuanto la conoce, debe cultivarla. Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se vuelve vidente por un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Todas las formas del amor, del sufrimiento, de la locura; se busca a sí mismo, agota en sí todos los venenos para guardar solo la quintaesencia. Inefable tortura para la cual necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana, y por la cual se convierte en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito, y el supremo sabio. Alcanza lo desconocido; y aunque enloquecido, terminara por perder la inteligencia de sus visiones, ¡igualmente las ha visto! Y que en su salto reviente por las cosas increíbles e inauditas...”

Esas cualidades de ensueño logradas a partir de diversas formas de depravación: drogas, alcohol y sexo, de venenos, libertinaje, droga y alquimia, son las que fascinaron al poeta Paul Verlaine (1844-1896) quien dejó mujer e hijos para ir tras el poeta de ojos azules y suelas de viento que tenía la capacidad de hacerlo volar.
Es a partir de “los vegetales franceses” como Rimbaud logra soñar con explorarlo todo, sentirlo todo y agotarlo todo. “Hay que reinventar el amor” le propone Rimbaud a Verlaine. La propuesta incluye la creación de nuevas y ardorosas ciudades en las que crezcan las nuevas flores, las nuevas formas de vivir y de amar que se contrapongan con los horarios impuestos, con la personalidad construida con base en la disciplina capitalista y la educación moderna.
Tras los pasos de Rimbaud marcharán los jóvenes estudiantes del mayo francés. Los deseos de abrazar al amor y al fusil, de hacer la revolución a la par que hacer el amor, de desabotonar el cerebro tan a menudo como la bragueta solo son plausibles bajo un París cubierto por un halo de humo ensoñador. Estos estudiantes, como los hippies, buscaran su iniciación literaria a la par que su iniciación en el mundo de las drogas. Como señala la novela de René Barjavel: todos los caminos conducen a Katmandú.

Mientras Inglaterra duerme

Muchos de los escritores que celebraron la comunión de los cielos y la tierra, es decir aquellos que pensaron la posibilidad del paraíso en la tierra recurrieron en la ficción al uso de drogas mágicas. Pensaba en el Sueño de una noche de verano , de William Shakespeare, y en aquel filtro mágico suministrado por Puck que logra unir y traer la felicidad de los amantes (¿de donde sale la idea de un vegetal capaz de trastocar los sentimientos que aparece en parte de la literatura de amor medieval?). Pensaba también en el sueño encantado y delirante de desnudos, sexo, duendes, actores de circo y reyes de otros mundos que viven en el bosque que aparecen en la obra shakespereana.
La posibilidad de pensar otros mundos y de rebelarse contra el status quo reinante aparece de manera clara en los libros de Lewis Carroll (1832-1898) inspirados en una niña que fuera uno de los amores imposibles de la vida del escritor: Alicia en el país de las maravillas y Alicia tras el espejo. Escritos bajo el influjo del opio, es esa droga la que permite explicar el desfile de personajes extravagantes y de bebidas y mágicos pasteles que permiten tan pronto agrandar como empequeñecer a la pobre Alicia.
Hace más de un siglo y medio Karl Marx (1818-1883) utilizó la metafora del opio para dar cuenta del efecto soporífero que las religiones producían sobre los seres humanos que los hacían resignarse a las condiciones miserables de existencia que vivían en la tierra en pos de un mundo celestial. Para Carroll el opio fue el medio de construcción de otro mundo con una lógica diferente que le permitía reírse de la moral represiva de su época (la recurrencia de pasajes de ojos que espian por diferentes cerraduras era escándaloso en la recatada vida victoriana que hacia tanto hincapie en la respetabilidad y la virtud de las vidas privadas) y en especial de la Reina Victoria, ridiculizada muy particulamente en la despótica y arbitraria Reina de Corazones.


*Ensayista y docente universitario. Autor de El amor de los muchachos (LEA).