17 jun 2009

Entrevista inédita a Fernando Peña

por Enzo Maqueira

En 2006, los creadores de la revista Lea planificaron una revista de humor que nunca pudo traspasar la barrera del cuarto número. Para el número cinco estaba programada una entrevista con Fernando Peña, quien recientemente acaba de fallecer en Buenos Aires. El siguiente es el texto completo de la entrevista que nunca salió publicada.

Un sábado a las 11 de la mañana no es un horario en que uno esperaría entrevistar a Fernando Peña. Tampoco para él parece moneda corriente: cuando llego a su casa, todavía duerme y la señora que me recibe me invita a esperarlo. Lo primero que me llama la atención son los sillones, porque son todos distintos pero mantienen una armonía imposible. También me llama la atención el Yorkshire que deambula por la casa y se obstina en olerme la entrepierna. Es igual al perrito que tenía Susana Giménez, pero se me ocurre que éste debe divertirse bastante más que el malogrado Jazmín. Mientras espero, pienso que ésta – y no otra – es una buena casa para pasar la eternidad. Es que afuera, en el patio, el sol tiñe de aroma a café con leche una mañana helada; otros dos perros ladran y dan vueltas alrededor de la pileta; una radio que pasa hits del momento acompaña el canto de una veintena de canarios que Fernando Peña tiene en la cocina. “Ya lo desperté”, me dice la señora que me abrió la puerta, y después sigue con sus tareas con una tranquilidad que, una vez más, me hacen sentir ganas de quedarme a vivir ahí mismo, sentado, esperando que baje Peña.
Pero entonces un estruendo sacude la mañana. Alguien, arriba, abre y cierra con fuerza las puertas de un armario. También se escuchan pasos, y están agitados. Empiezo a preocuparme. Imagino que el hombre capaz de desnudarse frente a su público y pasarle la pija por la cara a una señora, puede estar poco contento de mi intromisión en su casa, a media mañana, mientras él dormía. Sin embargo algo me alivia: también de arriba llegan unos tangos que se suceden unos tras otros. Parece que Peña se levantó, se bañó y seguramente se está vistiendo. Y todo lo hizo escuchando tangos.

Un paseo por Martínez

“Ya estoy”, dice Fernando apenas aparece en el living. Entonces se acerca, sonríe, me saluda con un beso. Me dice que vamos a desayunar, así que agarro mi campera y salgo con Fernando Peña por las calles de Martínez. No estamos solos: nos acompañan el caniche Mona y otros dos perros un poco más grandes, negros y blancos, que siguen al pie de la letra las indicaciones que les da. “Un, dos, tres”, dice Peña y los perros cruzan la calle. “Paren”, ordena y los tres se detienen. Así continuamos nuestro camino, rumbo a una confitería del centro. No somos un cortejo que pase desapercibido: Peña lleva puesto un poncho, sus lentes de sol y su descomunal tamaño; yo avanzo tropezándome con todo, atento al grabador, a los perros (no quiero pisar a ninguno) y esas calles que nunca antes había recorrido; los perros van y vienen, haciendo de las suyas. Parece que viniéramos de otro lado. O que estuviéramos representando una obra de teatro. Somos cualquier cosa, menos lo que los vecinos de Martínez esperarían de sus callecitas.

¿Cómo vive una persona como vos en un lugar así?

Soy una antítesis. Me gusta la geografía de este lugar y, en realidad, a mí no me gusta la gente de ningún lugar. Tengo un desprecio atroz por el ser humano. Acá son un poco más mierdas que en San Telmo o en Villa Urquiza, pero es lo mismo. La gente de Villa Urquiza tiene una mierda que me jode muchísimo más que las de Martínez. La doña de clase media baja, en ciertos puntos, me jode más que la doña de clase media alta. Porque es amargada por ignorancia. Me rechaza por ignorancia. La de Martínez me rechaza porque tiene firmes convicciones de que es capitalista, nazi y le gustan los militares. Lo tiene claro y sabe por qué. La otra lo dice porque lo escucha en la radio. Dicen “Por Dios”, viste. Y si rascás un poquito te das cuenta que no sabe más que eso: “Por Dios, por Dios”. Es la gente que escucha Radio10, la gente que es dominada por la masa.
En Martínez son ignorantes, pero menos que esa gente. En todos los ámbitos estamos en una sociedad vacía, llena de nada. Y no me refiero a si la gente lee mucho o poco, si tiene la Salvat en un disco rígido en la cabeza. Las pasiones no están a flor de piel, entonces la gente es vulnerable a que la botes como un barco, a que la hundes, la desvíes de su rumbo. ¿Por qué es católica la gente? Tienen un 70 por ciento de bagaje adquirido, que ni siquiera tuvieron la inquietud o el coraje para detenerse un poco y preguntar si están de acuerdo o no con ese conocimiento. Hay esa idealización de padre y madre que ni se cuestiona. Si lo dice papá y mamá, está bien. Y eso destruye a las sociedades.

Hay mucha hipocresía

No pasa por la hipocresía. Es algo que ellos mismos no saben qué es. La hipocresía requiere de talento. Esto es más automático. En la iglesia te dicen que tenés que ayudar al prójimo, pero ellos salen y se olvidan. Eso es para repetir como loros en la iglesia. Sobre todo hay una falta de atención de la gente: no prestan atención a cómo están viviendo, para qué ni cuándo. Por ejemplo, ahora son las 11 y media de la mañana y yo seguramente me tomaré una cerveza, o un té. Pero la gente dice: “¿A esta hora?”. Yo no tomo las cosas por hora, no como las cosas por hora; yo me fijo qué me pasa en mi estómago. Eso quiere decir que la gente tiene falta de atención al individuo, a las voluntades, al ser. Todo está atado a las reglas. Cuando tenés dos días de frío y de pronto el lunes hacen 26 grados, la gente sigue abrigada…

Pero si todos hicieran las cosas que quieren, tu carrera no tendría sentido.

No hablo de profesiones, hablo de alma. Quiero al arquitecto, quiero al cura, quiero a la monja. Yo no pido un mundo lleno de drogadictos y actores. Respeto al cura y a la monja, pero quiero que lleven adelante su vida con pasión, que presten atención al camino que eligieron. No quiero un padre Grassi, o una monja tortillera reprimida que está todo el tiempo pensando en pendejitas. Ahí te equivocaste, como se equivoca la gente conmigo. Esto está bueno que lo pongas.
Yo no soy un rebelde al pedo, no quiero que todo el mundo sea como yo. Quiero que la gente esté convencida de lo que está haciendo, que me entienda bien y que entienda bien a todo el mundo. Si no me quieren, que sepan por qué. Soy anarquista y no reconozco ninguna autoridad, ni siquiera la mía. Creo en un mundo libre y lleno de amor. Mi mensaje es un poco budista, pero estoy convencido. Probé todas, y me di cuenta que el amor y la sinceridad me llevó a mis logros más grandes.

Volviendo a la religión, es como cuando un católico llora porque se murió un familiar… Pero, ¿cómo? ¿no era que iba a un mundo mejor?

La muerte no la conoce nadie. Ahí sí es cuestión de convicciones. Si vos leíste, pensaste y elaboraste y llegaste a la conclusión de que la muerte es terminal y es una pared que se acabó, te lo respeto. Entonces te respeto que llores al ser muerto. Pero te lo respeto si lo investigaste, si lo leíste y lo reflexionaste. No porque una abuela tana tuya te dijo: “¡Se murió, e’así!”.

Alguna vez dijiste que querías que la muerte fuera una nada. Un telón negro y nada más. ¿Seguís pensando lo mismo?

Quisiera que fuera eso, pero lamentablemente parece que vamos a estar todos de blanco y sin poder tomar nada, ni siquiera café. Y encima con nuestra familia.

Y no se debe poder coger…

Creo que no. Vamos a estar todos caminando mirándonos al pedo, hablando las mismas boludeces que ahora.

¿Tenías angustias con la muerte cuando eras chico?

Sí, como todo el mundo. Pero tuve una gran ventaja: mi mamá es enfermera…


Fernando me está a punto de responder cuando alguien, en la calle, hace sonar la bocina de su auto con molesta insistencia. Es que ya dejamos atrás las callecitas arboladas en donde comenzó nuestro paseo. Ahora nos acercamos a una avenida y el humor de Peña se altera. No es para menos. La bocina suena a atropello en una mañana como ésa.

"Me ponen muy mal las bocinas – dice Fernando y comprendo que ya no vamos a hablar de la muerte - Pero yo voy más allá. No escucho la bocina solamente. Ese hombre toca la bocina porque está histérico, porque no está conforme, porque se caga en los demás. Ahí viene mi odio a ese tipo. Pero la gente ve nada más la bocina, el ruido. Y no es sólo eso. Lo mismo pasa en otros aspectos conmigo. La gente ve nada más la primera cascarita y ahí viene el malentendimiento, el repudio de algunos. O el amor de otros también. Estoy seguro que si algunos que me quieren me conocieran realmente bien, me odiarían. Pero yo estoy convencido de que mi mensaje pocas veces se entiende".

¿Vos tenés intención de dejar un mensaje, o simplemente vivís?

Cuando estoy en una entrevista con vos, soy yo. Pero cuando entramos en mi arte, que yo lo llamo arte totalmente convencido, ahí ya no te explico qué es verdad y qué es mentira. Y entonces pueden decir cosas mis personajes o puede decir cosas Peña artista, que no es el mismo que está hablando con vos. En este momento no estoy ejerciendo de artista, soy ciudadano y me tengo que comportar como tal. No me gusta esa cosa de comportarme como artista.

Sin embargo la gente parece esperar eso de vos siempre. De hecho, yo creo que se extrañan que no estés caminando por la calle en pelotas.

Eso es lo de menos. Ya no creo en la frase “andar en pelotas”. Creo en el desnudo. Ese es el mote descalificativo que la sociedad le pone por el miedo al desnudo. Es como cuando las abuelas decían “vas a hacer la chanchada”. Son motes que la gente pone porque no asumen sus cuerpos. No soy de los que creen que el desnudo es hermoso. Es. Es lo más “nosotros” que hay. Pero el ser humano reprime desde el principio. ¿Cómo va a reprimir su cuerpo? ¿No son los órganos que supuestamente te dio “Dios”? Yo no creo en eso, pero si vos crees en “DIOS” que supuestamente te dio ese pito, esa concha, esas tetas, ese culo… ¿cómo no los vas a mostrar y vivir alegremente? O, por lo menos, naturalmente. Hay una contradicción que parte de la falta de reflexión de la masa. Porque si yo le digo esto mismo a cualquier ser humano con dos dedos de materia gris, dice “¡Claro! ¿Por qué yo reniego de algo que me dio Dios, que es mi papá que yo quiero y amo con devoción? ¿Por qué reniego de todo esto que me dio esta persona a la cual yo admiro? ¡Epa! ¿Qué pasa acá?” Pero no hacen esa reflexión, entonces son personas que viven regidos por un contrasentido todo el tiempo. Eso es lo que hace la agresión, la irritabilidad, el no entender las cosas, el prejuicio… Mucha gente, en estos momentos, está pasando por acá y se escandaliza porque tengo puesto un poncho…

¿Por qué crees que no pueden salir de eso?

Muchos quieren y no pueden. Muchos no quieren ni saben que hay una posibilidad de salir. Para ellos ya están salidos, no se creen atrapados. Yo tengo un personaje que se llama María José Álvarez de Uriburu, una paquetona que vive en esta zona. Es muy gracioso como empieza ese personaje, pero el final cambia, como todo lo mío. Uso el humor para después matarte con un puñal, para darte el regalo final que es la tragedia. Me cojo a la gente y, para cogérmela, primero la tengo que dilatar y relajar. Para eso uso el humor; cuando ya estás entregado, ¡pum!, te la mando. Este personaje es muy gracioso y tiene sus vueltas de humor muy bien cerradas. Funciona perfecto, casi como un chiste. Hasta tiene una risa de gallina. Cuando la gente ya está relajada empiezo con la otra cara de María José. No te puedo explicar el silencio del público cuando empieza esa otra cara. Además, mi público ahora cambió. Ahora viene alguna mujer paquetona, algún tipo de clase media alta. Vienen por los hijos. Saben que sus hijos se levantan todas las mañanas conmigo y quieren saber qué tengo para decir. Antes mi público eran chicos y chicas de hasta treinta años. Ahora vienen algunos de ésos, pero la mayoría son tipos de cincuenta, sesenta años. Esas personas quedan con el cerebro preocupado cuando María José empieza un discurso sobre la represión y dice una frase que es: “Yo no he sido educada para pensar. No he sido educada para ser feliz. He sido educada para mantener una familia, amar a mi marido y amarme a mí. Punto”. Ella se da cuenta de esto a los cincuenta y siete años, con un revolver en la mano e impecablemente vestida. Ahí está esa gente que quiere, pero no puede. ¿Sabés cuál es la reflexión del tipo que me fue a ver ayer al espectáculo? “Qué bueno el show, ¿eh?”. Ni siquiera se atreven a decir "espectáculo", "manifestación" u "obra". Dicen “show” y ya lo descalifican un toque. “Qué divertido el personaje de María José, pero qué duro al final…” Eso es todo. No hay una reflexión profunda.

Té con cerveza y maní

Estamos algo agitados cuando llegamos a la confitería. A esa hora y a pesar del sol que da de lleno sobre la vereda, la temperatura no debe superar los diez grados. Pero Fernando quiere disfrutar de la mañana, así que nos sentamos en una mesa de la vereda. Somos los únicos, claro. Fernando, quien escribe esta entrevista, el caniche gris que se esconde bajo el poncho de su dueño, y los dos perros que se recuestan bajo la mesa. Hace frío y pido un té. Fernando también, pero de frutos rojos. Y también se pide una cerveza. Helada.

¿Vos crees que tu público se da cuenta de que son ellos los que están reflejados en un personaje así?

Se dan cuenta en esos cuatro segundos. Y se quieren matar. Pero como yo siempre termino con un chiste, usan eso para olvidarse.

¿Entonces por qué seguís usando el chiste?

Porque soy humorista. Sino sería Norma Aleandro, o Alfredo Alcón. No me tomo nada en serio. Esa es la base de mi pensamiento y de mi ser. Todo esto es un chiste. ¿Cómo puede ser verdad que estemos tomando el desayuno en una mesa, en la vereda? Tendríamos que estar cazando otros hombres y comiéndolos vivos. Esa es la verdadera sociedad, cuidarse del otro que te va a matar. Pero no con cuatro balas porque fue educado en un colegio paquete de Belgrano. Esa es la vida para mí. ¿Qué me hablan de evolución? ¿Es evolución estar sentados como dos pelotudos en esta mesa? Evolución sería andar con harapos en el río, vos chupándome la pija, yo también a vos, cogiéndonos a aquella vieja y comiendo perros. Y no planteándonos si hay homosexualidad, si hay lesbianismo, si hay una cosa o la otra. El exceso de intelectualidad llevó a una involución.

¿Cómo conviven personajes tan disímiles adentro tuyo?

Tengo de todos un poco. No reniego de ninguna de mis partes. Y con la que menos cómodo estoy es con la de Reboira Lynch. Por eso lo hago horrible. Una cosa es qué personaje le divierte a la gente. Puede ser que Riboira sea el más escuchado, pero si a la gente le preguntás cuál es mejor persona, salen La Mega, Sabino o Milagros López. Por eso a Riboira lo tiño de mierda. Ese modelo es una mierda: es oligarca al pedo, muy desinformado… Tiene la información que le dio un buen colegio, pero pocos tienen curiosidad. Pocos tienen el bichito de la curiosidad para seguir investigando. Se quedan con lo que tienen y eso es lo que hace a la ignorancia. Estamos entrando en un siglo vacío, que abarca todo. Antes la clase media baja era mucho más informada e inquieta. Era más curiosa, y el saber parte de la curiosidad y no de la cultura. Los chicos de clase baja sabían lustrar un zapato. Hoy los chicos pobres saben oler la pasta. Cambiaron los códigos. Es un cambio social que se debe al correr del tiempo, ni siquiera a su evolución. No hay nada que hacer. El mundo se va a la mierda.

¿Tenés realmente esa sensación de que el mundo se va a la mierda?

Sí, claro, por eso escribí Mugre. Tampoco es mi intención salvarlo; lo acepto como es. No lo digo con nostalgia. Hay un cambio al cual no le prestamos atención. Hubo un cambio hace dos segundos, o cuando veníamos caminando y nos sentamos en esta mesa. Pero no le prestamos atención a ese tiempito. Ni tampoco estamos atentos a que la muerte puede venir ahora. Nunca le prestamos atención a eso. Siempre le pasa a Axel Blumberg, al chico que se murió en Belgrano o a Matías Bragagnolo. Pero nunca sos vos el protagonista de que el techo te caiga encima.

Y cuando te toca, aparecen reacciones como las de Juan Carlos Blumberg…

Blumberg me parece un tipo que nunca tuvo nada y le vino muy bien la muerte del hijo. Empezó a ser alguien. Un ingeniero no es nadie. Un ingeniero es un tipo desapasionado, reprimido, que estudia ingeniería por una represión. Ese hombre nunca nombró a la mujer: dice “mi esposa”. Un día lo nombró al abuelo de Axel y dijo: “Porque este señor, el papá de mi mujer…” Es un machista, hueco, ladrillo, desapasionado. El hombre que es así, miedoso y machista a muerte, que no se anima ni siquiera a usar una bufanda, estudia ingeniería. Se refugia en esa cosa de números. El tipo empezó a ser una persona a partir de la muerte de su hijo. El tipo era un número. Y la vida lo dio vuelta.


De pronto, una señora de Martínez se detiene frente a nosotros. Tiene un caniche, pero blanco. La señora dice que siempre veía al caniche de Fernando por la tele. “¿El tuyo es macho o hembra?”, pregunta Peña. “Macho, y todavía no debutó”, dice ella. Entonces Fernando le propone que los dos caniches tengan cría. La señora acepta, entusiasmada. Después desaparece con su caniche blanco a cuestas.

A vos te tocó una jodida…

La primera vez que me enteré, en el año 89, que mi pareja tenía HIV, estuve cuatro meses sin dormir. Fueron cuatro meses de angustia total, pero después lo superé. Hay que gente que no lo puede superar ni en cuatro años, que no lo supera nunca.
¿Ves? (señala hacia la confitería: un hombre bastante mayor da vuelta la cara) La mirada de la gente me molesta mucho, la mirada de ese pelado pelotudo. Debe ser un puto reprimido, y debe ser un hombre gris. Un gris reprimido: pelado, boludo, jorobado. Yo me doy cuenta enseguida cuando la gente tiene una represión de su vocación. No solamente en dónde mete el pito, sino de su vocación. Va la mujer adelante, él atrás… ¡un huevón! Eso sí me molesta. Tengo ganas de decirle que es un huevón.

¿Sos de hacer esas cosas?

Cuando estoy en un día malo, sí. Estoy en mi mesa; él no tiene por qué estar dándose vuelta a cada rato para mirarme.

¿Pero lo hacés desde el actor o desde el ciudadano?

Desde el ciudadano, desde todo. Ahí ya sale la fiera. “¿Qué mirás, boludo de mierda?”. Y no me contestan. Y eso me da más bronca todavía.

¿Y si te contesta qué pasa?

¡Le sigo la pelea! Y ahí vamos a la evolución. Eso es evolución: ser coherente. Me miraste, te puteo. Te jode que te putee, tirame la tetera. Me jode la tetera, te tiro la mesa. Y así vamos a llegar a algún lado. Esa situación tiene un inicio, un desarrollo y un final. Pero si nos quedamos en “te miro, me mirás”, no vamos a ningún lado. Yo me saqué la bosta, pero ese hombre va generando un Barreda, un puto reprimido que mata a toda la familia, porque no tiene muchas más salidas.

¿En qué momento se equivoca la gente cuando elige lo que quiere para su vida?

No es equivocación, es cobardía. La equivocación y la hipocresía son beneficios, te muestran que están vivo. Ellos no se equivocan, están entumecidos. Pero ni siquiera están dormidos, porque dormir es un placer. Están anestesiados. No les cabe la inquietud. Generalmente son generaciones que vienen desde hace años, todas muy autoritarias. “No se come viendo televisión”. Eso es una pelotudez. Lo más maravilloso del mundo es comer viendo televisión y en familia, así comentás y sale el diálogo. Si hay una buena película o un buen programa, ¿por qué no lo vas a comentar con tus amigos, con tus hijos o con tu pareja? La gente no piensa. Cree que cultura es comer con la televisión apagada.
Tampoco se hacen diferencias. La televisión tiene cosas muy malas y cosas excelentes. Pero la gente mete todo en la bolsa. “Todos los curas son hijos de puta”. No, todos no. “Todos los putos son degenerados”. No, todos no. “La televisión es basura”. No, toda no. Eso es falta de inteligencia, de razonamiento, de cultivo, de leer, de respeto a uno mismo, de discriminar. Falta discriminación.


Como si nunca se hubiera ido, la señora bien del caniche blanco está otra vez frente a nuestra mesa. Sostiene a su perro por las patas de adelante: “Me olvidé de decirte – dice - Él tiene un problemita… tiene un solo testículo”. Entonces Peña le aconseja que vaya a ver al veterinario de la otra cuadra. La señora obedece.
"Eso es un personaje – me dice mientras la vemos alejarse una vez más - La gente siempre me pregunta cómo hago los personajes. Bueno, con ese remate. Si la señora se hubiera ido, no nace un personaje. Pero ella volvió. Ahí nace el personaje, que en este caso ya lo tengo y es Elisa Rufino. Personajes no somos todos. El sobre remate te da el personaje".

¿No somos todos personajes?

No. Hay personas lisas y llanas. La mayoría es así. De estos personajes hay muchos menos. En una manzana debe haber tres personajes, pero tenés sesenta personas.

¿Y el liso y llano no tiene un costado oscuro?

Sí, pero no da para personaje. Puede ser el argumento para un guión. El personaje tiene que ser gracioso, entrador. Tiene que tener una tinta clara. Esta mujer tiene una tinta clara. Las que están sentadas ahí, están tomando el té y punto; tienen un peinado correcto, están peinadas en forma correcta… Pero esta mujer es un personaje; ¿cómo me va a venir con el perrito alzado para mostrarme el huevito? Eso la hace personaje. La gente está estática. No reacciona. La vez pasada me enojé en una panadería porque tardaban en atender y les dije que era mejor que hicieran las cosas de otra manera. Al rato vino un tipo y me dijo que estuve bien. “Estás muy mal”, le dije, “si vos pensás igual que yo y nunca hiciste nada, estás muy mal”. El tipo se quedó pensando.

¿Cómo se cambia esa falta de vida?

Esto no es una pintura. No es que echás más de un color y cambia. Esto es un proceso muy lento, que se hace con mucho esfuerzo. Hay que abrir las cabezas, hacerles entender por qué. No hay que decirles que la droga es mala, sino tratar de entender por qué se consume. ¿Porque hace olvidar la realidad? Entonces ésa es la reflexión: no importa si la droga es mala, importa que la gente quiere olvidar la realidad. Hay que hacer tantas preguntas... que no creo que haya ni tiempo ni capacidad intelectual social para lograrlo.

¿Vos te drogás para evadirte de la realidad?

Sí, claro. Y está bien evadirse. Es lo más maravilloso del mundo.

¿Las drogas te ayudaron a abrir la cabeza?

Por supuesto. Fue un aditivo.

¿Y hay alguna droga que te haya servido más para abrirte la cabeza?

La cocaína. Detesto el porro, me pone tarado, me parece que es una planta que me pone pelotudo. No me funciona, me pongo paranoico, balbuceo, me pone nervioso. Detesto a la gente con el humor del porro.

También le diste a la heroína. ¿Te sirvió de algo?

Sí, cuando era chico. Pero no me condujo a nada y es adictiva. La dejás por naturaleza. Las drogas que no dejás son las que te causan placer. Uno no deja una droga porque hacen mal al cuerpo; la deja porque te cae mal el viaje que te produce. Fumar cigarrillos es pésimo para el cuerpo, pero muy pocos se plantean dejar. No lo dejan porque no les produce un viaje malo. Uno deja las drogas que le producen angustia. Sino, nadie tomaría vino o pensaría como piensa. Eso hace pésimo: pensar y sentir, en este siglo, es muy nocivo. Pero nadie deja de hacerlo.


Una sombra se proyecta sobre la mesa. Es la señora del caniche, que vuelve. “Me dijo el veterinario que la cría puede salir con un solo testículo”, explica, algo afligida. “¿Y si es hembra? – replica Peña - ¿Nace con media concha?”. Entonces la señora se ríe. Y se va, por última vez.
¿Ves como mira ese hombre? – señala Fernando a otro señor que camina por la vereda de enfrente - Ese es un hombre gris. Esta señora, no. Puede no gustar de mí, pero no pasa inadvertida. Tiene vida, tiene color. Hay un desprecio mío hacia los hombres. El hombre me parece un personaje, por lo general, cómodo. El hombre es capaz de aceptar cualquier barbaridad por su comodidad. Si no le hinchás las pelotas, le das de comer, le das de coger, le das amigos y le das fútbol, ya está. No se plantea si la novia lo quiere mucho, más o menos”

¿La mujer es superior?

La mujer es una víbora. Se la pasa pensando, todo el tiempo. Es la que caza al hombre. Y la relación entre dos putos es un quilombo porque se cazan entre los dos, son dos arañas. El puto es una araña.

¿El puto es superior a hombres y mujeres?

No, pero es más práctico en ciertas cosas y sirve más. Y tampoco creo que la mujer sea superior al hombre, pero es más útil. El hombre es más práctico y le sirve menos. La mujer es menos práctica, pero le sirve más. Ellas se cuestionan todo, están todo el tiempo hablando; entre las mujeres están haciendo terapia constantemente. El hombre nunca habla de sus cosas personales. El hombre habla de fútbol, de minas, de las tetas, del barco, del asado, y dónde está el ají picante. O de negocios. Pero nunca vas a ver tres hombres hablando de su sensibilidad. Jamás. Les da vergüenza. Tiene que ser el amor de su vida y elige un amigo, pero no va a hablar en una mesa de seis. Llama a ese amigo para eso. Y lo llama cuando tiene un problema. Como si estar enamorado fuera siempre un quilombo.

Repentinamente, el sol nos abandona y el frío empieza a hacerse insoportable. Fernando pide la cuenta, les ordena a sus perros que se levanten, deja a Mona sobre la vereda y emprendemos el camino de regreso. Otra vez cruza las calles diciendo “Uno, dos, tres” para que sus perros sepan cuándo avanzar, cuándo esperar. Una señora se acerca y le dice que no va a dejar pasar la oportunidad de darle un beso. Fernando acepta, amable. Unos metros más adelante se detiene a conversar con un kiosquero.

Lo primero que me dijiste fue que despreciabas al género humano, pero te comunicás mucho con la gente.

Hay un cotidiano al cual me tengo que adaptar. Sino, no vivo. No puedo andar por la calle puteando.

Pero podrías no darle pelota a nadie.

Tengo momentos, me divierte hinchar las bolas con la gente. Hay días que salgo de mal humor y no tengo ganas. Pero aunque quiero a mis amigos, me parecen una mierda. Sé que en algún momento me van a cagar. Siempre. Y yo a ellos. Porque somos una mierda. La naturaleza del ser humano es una mierda. El fondo. Lo que pasa es que algunos tienen el fondo más cerca que otros. Hay gente que bajás dos escalones y ya te encontrás con ese infierno. Hay gente que te cuesta más. Hay tanta civilización que eso hace que el hombre sea un sorete. No pretendo que lleguemos a un extremo de que yo voy por la calle y tiro una piedra. Hablo de una sinceridad sin agredir al otro. Si no estoy de acuerdo con una persona, ni la miro. Pero la dejo vivir.

Va quedando atrás el centro de Martínez y nos acercamos al final. Por más que lo intento, no logro que me diga en qué radio está el programa de Milagros López, la cubana que pasa boleros y que resulta tan cálida como ese Fernando Peña que le dio vida. Hace rato que terminó la mañana y Fernando me despide con otro beso, me dice que le pase la entrevista, me recuerda que no deje de mandarle la revista cuando salga. Los tres perros ya desaparecieron detrás de la puerta. Lo último que veo es al caniche gris y el poncho que reluce bajo el sol del mediodía. “Chau, pibe”, me dice Fernando, antes de cerrar la puerta. Y se lo ve feliz. Por lo menos en ese momento, en esa mañana de invierno.

4 abr 2009

CRÍTICA/ Igor, de Federico Levín

Conocí a Federico Levín como personaje antes de conocerlo como escritor. Estaba en la presentación de unos libros, vestido con un saco marrón, una boina y la barba que usaba por esos días (es posible que la boina la esté imaginando, pero le hubiera quedado bien). A todas luces, el tipo parecía un gnomo. Cuando, tiempo después, supe que era el autor de un libro que se llamaba Igor, tuve la sensación de que Levín había titulado su novela con el nombre que mejor le hubiera tocado. Leyendo su novela, esa sensación creció hasta convencerme: definitivamente, Levín no es un ser humano, sino algún tipo de duende escritor cuyo objetivo es enloquecer a las personas.
Como muchas otras, su novela está construida como un encadenamiento de historias. Pero, en este caso, no se trata de un mecanismo forzado. Más bien parece que Levín escribiera con las mismas reglas ilógicas que el sueño, en donde cada nueva escena da como resultado otra que, a la vez que desfigura la primera, la re-significa. Y en ese encadenamiento de historias, Levín desarrolla la triste y solitaria vida de su Igor, pero también la de cada uno de los personajes que comparten con él su existencia. En cada una de las historias que se desprenden de esa historia troncal, se destaca por su humor, su originalidad y la belleza en la construcción de algunas imágenes que coquetean con la configuración de una suerte de realismo mágico criollo. A la prodigiosa creatividad que ensaya a lo largo de su novela (y cuya cumbre se encuentra, a mi gusto, en la escena que comienza con un coito en un bar y continúa con un embarazo y la múltiple parición, todo ello en un tiempo fugaz que, sin embargo, da muestras de haber sido prolongado), Levin le agrega además sus interesantes e igualmente originales observaciones. Igor enloquece por sus fantasías, pero también por las reflexiones con las que su autor nos muestra el detrás de escena de gran parte de la realidad cotidiana que experimentamos como sujetos sociales. Utilizando el recurso de la inversión (por ejemplo, cuando sus personajes proponen “tirarles personas a las cosas”), provoca en el lector ese gozoso cosquilleo que deriva del uso de áreas del cerebro que uno suele tener dormidas. Lo que los publicistas llaman “pensamiento lateral”, en Federico Levín parece ser, simplemente, pensamiento. A este trabajo continuo con el reacomodamiento de las piezas de la vida ordinaria, le suma la confección de un minucioso trabajo con el sentido de la audición. Referencias musicales, timbres, ritmos y sonoridades aparecen en Igor y completan el cuadro desde un plano poco trabajado en la narrativa.
Me gustaría encontrar algo malo en Igor. No por envidia, como yo mismo podría pensar; sino porque se supone que una crítica tiene que necesariamente encontrar algo negativo. En tren de buscar hasta encontrar algo, sólo puedo decir que abandoné la novela durante un largo tiempo, porque en el medio agarré un libro de Murakami y ya no lo pude soltar. Es difícil saber si ese hecho se debió al aburrimiento que podía experimentar por una novela que de ningún modo parece aburrida, al talento de Murakami para robarse lectores, o a mi promiscuidad con los libros que esperan junto a mi cama. En caso de aceptar la primera causa, quizás en esta crítica debería sugerirse que, ante tanta originalidad encadenada, el libro pierde sorpresa. Sólo responsabilizando a Levín por un acto del cual probablemente esté librado de toda culpa, se puede esbozar que Igor carece de matices. Pero no me hagan mucho caso. Al fin y al cabo, somos los seres humanos los que jamás alcanzamos a conformarnos con lo que nos es ofrecido; los duendes, en cambio, sólo andan por ahí haciendo diabluras y riéndose del mundo que conocemos, aunque no se llamen Igor, sino Levín, y hayan abandonado la barba, la boina y el saco marrón.

Enzo Maqueira

21 nov 2008

CRÍTICA/ Grietas, de Alexis Leiva

Hay una literatura que pasa por el mercado editorial. Y esa literatura a veces es muy buena, a veces es aceptable y otras veces es una completa basura que - sin embargo - deleita los bolsillos de los mercaderes de cultura. Las vías para alcanzar la publicación en alguna de las editoriales que pertenecen al mercado suelen ser ganar un premio literario, tener algún amigo sentado en el sillón adecuado o garantizar - por portación de nombre o de título comercial - cierta cantidad de ventas. También existen algunas editoriales independientes que se dedican a rastrear los nuevos talentos. Aunque, muchas veces, estos nuevos talentos son también los viejos amigos de los editores.

Hay otra literatura que pasa por la capacidad de sus autores de costearse la publicación. Y en este caso también puede ser una literatura muy buena, a veces aceptable y otras veces terriblemente mala. Las vías para alcanzar la publicación en alguna de estas editoriales se reducen a una: tener la plata suficiente para pagar la edición.

Por lo general, los medios especializados suelen desatender por completo las publicaciones de este tipo. Excepto cuando la editorial en cuestión deja una cuantiosa cantidad de dinero en el medio, en la forma de pauta publicitaria, lo más probable es que la crítica sea indiferente a cualquier libro publicado de este modo. Por el contrario, los críticos no tendrán reparos en leer y recomendar cualquier atrocidad que se encuadre en las leyes del mercado (a propósito... curioso caso el del mercado. Las editoriales "del mercado" publican gratuitamente a sus autores. Las otras, las que no pertenecen al mercado, les cobran).

Grietas (Argenta) es el primer libro de Alexis Leiva, un pibe que vive en algún lugar del Conurbano, que tiene un hijo, que es profesor en una escuela, que es enfermero y que además escribe. Y aunque la plata no debe sobrarle, tuvo que juntar la plata de la publicación para hacer por su cuenta lo que ninguna editorial "del mercado" quiso hacer. Y lo que Alexis Leiva quiso hacer es por completo esperable - incluso deseable - en la historia de la cultura de un país. Alexis quiso que su literatura tuviera lectores. Y la literatura de Alexis se merece esos lectores.

Basta leer el título del libro y la contratapa, para darse cuenta de que una novela así jamás podría ser tenida en cuenta por los grandes monstruos editoriales. Y basta leer algunos capítulos para preguntarse por qué motivo la Argentina - como muchos otros países - deja de lado a sus verdaderos creadores y los condena a comienzos tan solitarios y esforzados. Porque Grietas no es el libro de un tachero fantasioso que paga dos mil pesos para contar los travestis que se levantó, ni tampoco es la novela de un súper escritor europeo que gana millones de dólares por cada sujeto y predicado que extiende sobre el papel. Grietas, en cambio, es una novela que, con algo de suerte, tendría el destino de ser considerada una obra de culto.

De escritura por momentos arrebatada y por momentos limpia; psicológica y ecléctica; Grietas funciona como el diario íntimo atormentado de un joven que se encuentra parado en medio de la vida. Un joven repulsivo que, sin embargo, despierta una mezcla de compasión y afecto.

Leiva retrata a su protagonista desde el adentro y así va configurando un afuera que le permite al lector embadurnarse con el mismo lodo que lo desespera. Y si aparece una mujer, el amor es triste; y si aparece una poesía, el verso también está cargado de dolor.

Novela de iniciación (aunque el inicio sea el final), tiene la fuerza de un "fuego sagrado" que pre-anuncia la existencia de un verdadero escritor. Porque Leiva se desenvuelve con soltura en sus textos, combinando recursos y enloqueciendo al lector con su capacidad para provocar ese tipo de rechazo que se vuelve adictivo. Y cuando la necesidad de escribirlo todo le dé paso a la elección minuciosa de la historia que quiera contar y del modo de hacerlo, entonces el espíritu atronador de Grietas se volverá, sin dudas, un canto de sirena en donde se ahogarán muchos otros escritores que no podrán jamás aspirar a ser lo que Leiva empieza a ser.


Enzo Maqueira

12 nov 2008

CRÍTICA/ Turistas, de Hebe Uhart

En una entrevista que le dio a Lea en 2005, Hebe Uhart dijo algo que justifica y reivindica la literatura que propone en Turistas (Adriana Hidalgo), su nuevo libro de cuentos: “Para escribir bien, hay que saber escuchar”. Y Turistas no es otra cosa que un rico compendio de voces que Hebe reproduce con maestría, haciendo gala de un oído atento, pero mucho más de una escritura funcional a las pequeñas historias que cuenta.

Tomando como eje temático – aunque no excluyente - la idea del viaje, Hebe presenta relatos que se destacan por su uso particular del lenguaje (son magistrales los registros de “Stephan en Buenos Aires” y “Bernardina”), la mirada ingenua (“Revista literaria”, “El centro cultural”, “El departamento de la costa”) y, sobre todas las cosas, una sensación de aislamiento que los personajes transitan con curiosidad, temores e ingeniosas observaciones. Este último rasgo parece abarcar, más o menos solapadamente, todos los relatos. Sumando las tres grandes cualidades de Turistas, es claro que el libro representa una nueva y depurada muestra del talento que llevó a Hebe Uhart a ser considerada una de las mejores cuentistas argentinas.
Hebe no escribe como los demás. Sus cuentos no siempre presentan un conflicto claro, a veces no tienen resolución (puesto que no hay conflicto) y en cada uno inaugura un estilo diferente en el cual se mueve con igual soltura. Y es en esa variedad y libertad con la que encara su literatura, donde se encuentra su verdadera riqueza.

Curiosos, originales, solitarios y observadores, sus personajes parecen ser una extensión de ella misma, o cuanto menos de la imagen que de ella tenemos quienes alguna vez la conocimos. Es difícil saber si es Hebe la que protagonizó en la vida real las vicisitudes narradas en “Turismo urbano” (una mujer que se vincula con un grupo de intelectuales inmaduros) o “La excursión larga” (una turista excluida por los viajeros de un tour en Mendoza), pero su cara, su voz y su risa fresca aparecen en cada oración y – siendo Hebe una oradora cautivante – le suman a sus textos un nuevo rasgo de oralidad.

Si escribir bien es, efectivamente, el resultado de saber escuchar a los demás, Turistas representa la cumbre de esa definición: está escrito con la voz de personajes que se leen escuchando la voz de la autora. Ante tanta falsa impostura, lo que Hebe propone no es otra cosa que desplegar en su libro el disfrute y las manías de una amable conversación. Y, como sucede en la vida, pocas cosas resultan más gratificantes que dejarse llevar por lo que sus viajeros tienen para contarnos.
Enzo Maqueira

9 oct 2008

Entrevista a Nicolás Casullo*


Nicolás Casullo falleció el 9 de octubre. La reproducción de la entrevista que se publicara en el número 30 de la revista LEA pretende rendirle homenaje a él y a sus necesarias ideas.


por Enzo Maqueira


Nicolás Casullo está acostumbrado a pensar el país. Desde sus libros (Sobre la marcha, Pensar entre épocas, Modernidad y cultura crítica y La Cátedra, entre otros), supo acompañar el devenir histórico de esta parte del mundo y de otras épocas y tiempos. Fue la suya una de las voces que no se callaron durante los años de vaciamiento cultural de la Argentina. También es suya la voz que se escucha hoy, llena de seriedad e ideas, mientras el país avanza hacia un futuro todavía incierto en donde, sin embargo, parece haber un resquicio para la esperanza.

Pensar la Argentina de hoy implica pensar en el fenómeno piquetero, que a pesar de una mayor o menor presencia mediática sigue siendo un movimiento importante y, sobre todo, aun no resuelto.

El tema de los piqueteros podría merecer varias lecturas, desde la que hacen los medios de comunicación, desde la lectura espontánea que hace esta suerte de fantasmática manera de ser de nuestros sectores pudientes - que en la Argentina y en distintas circunstancias expone, directa o indirectamente, una especie de halo fascistoide - hasta la misma lectura, bastante discutible, que hace la izquierda con respecto al fenómeno. Indudablemente, el piqueterismo es hijo de un largo descenso económico social de la Argentina, pero también un fenómeno que aparece en la agenda de las nuevas problemáticas anti globalizadoras, o que leen la globalización como un fenómeno donde los sin trabajo van siendo progresivamente cuantiosos cardúmenes de poblaciones. O que estudian las variables de esas variables nómades transitorias, o que trabajan definitivamente en la idea de que la sociedad del trabajo es irrecuperable. La famosa edad del capitalismo industrial, el tiempo del keynesianismo evidentemente se ha extinguido y es muy difícil, a partir de la tercer gran revolución tecnológica que afecta a los tiempos productivos, que se reingrese a un tiempo donde el trabajo era el punto culminante para entender la marcha de la sociedad. A tal punto que se decía que una de las estrategias del capitalismo en determinado momento, en determinadas circunstancias y lugares, era propiciar un ejército de reserva para abaratar los costos de producción. Pero, siempre como un elemento accidental. En realidad, la sociedad del trabajo era el modelo donde se desarrolló la modernidad clásica y las ideologías y políticas que responden a esa modernidad clásica, entre otras, las ideas del socialismo y del comunismo que hasta por lo menos fines de los setenta, gravitaron como para entender la escena histórica. Desde esa perspectiva, podríamos decir que sobre el piqueterismo recaen indudables instancias. Algunas armonizan entre mí, otras discuten entre sí; otras, se oponen.

¿Cuáles son esas instancias?

Por un lado, desde la izquierda aparece la idea mítica de que el piqueterismo podría ser el nuevo sujeto o el nuevo actor que adquiere lo que se llamaría la clase trabajadora y el proyecto revolucionario que esta clase involucrada. Cosa que no es para nada así, porque si uno es fiel a las lecturas marxistas y a sus derivados teóricos de primera calidad, precisamente ese encontronazo entre relaciones de producción y fuerzas productivas planteaba la gestación y el definitivo avance sobre la escena histórica de una clase que nos iba a representar a todos en tanto a valores, a que dejaba atrás un mundo y en tanto que superaba los límites claramente de un modelo capitalista. El problema piquetero es exactamente lo contrario. Es muy difícil que el resto de la sociedad se vea o quiera verse en el fenómeno piquetero. Por otro lado, no rebasa el capitalismo, sino que el piqueterismo le estaría diciendo al sistema capitalista global, que ni siquiera responde, o a las variables que él mismo comete. Es decir, el capitalismo, desde una perspectiva obrera, quedaría chico frente al avance de una clase. Hoy parecería ser que el capitalismo, en tanto nivel productivo, le queda excesivamente grande en cuanto a las aspiraciones de trabajo.
Desde el punto de vista de las derechas, esto aparece, en países como el nuestro, como un elemento a temer porque es una de las maneras en donde se expresa más claramente no tanto el carácter de las nuevas multitudes libertarias anárquicas y erotizables, como dirían ciertos teóricos, sino que aparece claramente la respuesta a esta suerte de protesta social de los más victimizados, aparece como gestando durísimas, claras y precisas formas de neofascismo y de actitudes represivas, que son realmente de temer en cuanto al pedido de una sociedad del orden y de la seguridad cueste lo que cueste. Esa es una primera escena de lo que es el fenómeno piquetero. El piqueterismo que nace sobre mediados de los noventa como algo realmente genuino en el que sentido que está destinado al margen de las políticas e ideologías, progresivamente comienza a transitar, primero, una suerte de normalización del piqueterismo. El piqueterismo no es una protesta que rompe sino que más bien es una forma de ver nuevamente la escena, es decir, se perpetúa. Y lo hace en sentido de que muchos piensan que el fenómeno del piqueterismo pueda ser solucionado en una década. Por otro lado, se politiza y comienzan a inscribirse en ese fenómeno sectores de izquierda, de izquierdas insurreccionales, de izquierdas trotskistas, izquierdas anti forma globalizadora, que hacen que la politización, de muchísimas maneras, predomine por encima de una lectura objetiva, real y acorde de lo que significa el fenómeno piquetero.

¿Cuál es el rol de la clase media argentina en la interpretación de este fenómeno?

Yo nunca creí que aquellos cacerolazos de la clase media en diciembre de 2001 y los piqueteros tuvieran la misma lucha. Nunca creí que esa fuese una alianza a largo tiempo. El piqueterismo era el lugar donde con más violencia se rechazaba lo que había sido el modelo menemista, mientras que el asambleísmo estaba formado por los socios de Menem, aquellos que creyeron hasta último momento y por eso dejaron el dólar hasta cuando los bancos y los grandes empresarios ya habían desistido. Esto más allá de cierto frepasismo que encontró una forma de consolar las heridas de un fracaso infernal y más allá de cierto izquierdismo que participaban de las asambleas.
El asambleísmo era ese mundo común e inmediato de la pequeña burguesía y de la burguesía media argentina que de golpe se encuentra injusta y brutalmente estafada y sale de manera desesperada y ciega en tanto se le toca el hecho fundante. Es mucho más lógico pensar, aunque sea humanamente más desconsolador, que un padre va a salir por sus ahorros más que por su hijo muerto. El ahorro toca el centro de una constitución histórica de una subjetividad. La clase media argentina reaccionó ante esto e incluso lo hizo con mucho más templanza que lo que hubiese reaccionado un francés, un alemán o un italiano. Evidentemente, nada tenía que ver esta problemática en una circunstancia como la actual del mundo y de la Argentina, con el piqueterismo o los sin trabajo. Esto fue una confusión de ambas partes. Los piqueteros hacían actos en donde no dejaban entrar a los políticos, ni de izquierda ni de derecha, pero sí dejaban entrar a Nito Artaza y a todos los que se pegaban dólares en la frente. A su vez, desde los sectores asambleístas que estaban preocupados por cómo recuperar los depósitos en dólares que tenían en los bancos, encontraban ocasionalmente que el pobre desheredado podía marchar con ellos. Eso duró poco tiempo y luego se situó en una lógica muy argentina donde hay básicamente una clase media de larga data, asentada y situada con valores absolutamente anti populares, que no quiere saber nada.

¿Por qué terminó aquella época de reclamos en donde parecía que la Argentina se encaminaba hacia un verdadero cambio?

Terminó porque muchos cobraron y otros aceptaron la pesificación. Además, las izquierdas con su metódica de extremar, radicalizar y expropiar las asambleas, las fueron desintegrando. Terminó porque, de alguna manera, todo se estabilizó. La Argentina volvió a situarse. No nos olvidemos que cuando ocurrían las grandes asambleas de la Av. Santa Fe y Scalabrini Ortiz, era gente que empezó a juntarse dos días antes de irse de vacaciones a Pinamar, a Cariló o a Córdoba. Las quejas eran del tipo: “¿Y ahora cómo les pago a mis hijos las escuelas privadas?”. Había mucho de eso. Solamente una izquierda absolutamente afásica como es la Argentina, que siempre está por detrás de la política, podían pensar que eso era la apertura de un nuevo tiempo. No era la apertura sino el punto de cierre desesperado, injusto, violentador, salvaje y desconsolado de un tiempo que se había acabado de la peor manera. Eso se fue disolviendo a medida que se volvió a cierto nivel de sueldos, se recuperó parte del dinero y quedaron los últimos restos de alguna clase media en Palermo, mezcla de psicoanalistas, frepasistas y gente que añora los sesenta, y un ultrismo izquierdista que, básicamente, lo que se planteaba era qué se podía pescar a río revuelto. El resto volvió a sus casas y no estará veraneando en Cariló, pero veranea en Mar del Plata y la cosa más o menos se genera. La clase media argentina es eterna.

¿Qué quedó, entonces, de esa experiencia?

De aquella época quedó el corazón de lo que no iba a poder ser resuelto, que era el piquetero, los millones de sin trabajo que se reflejaban en la figura del cartonero y del piquetero y que era aquello que habíamos negado, aquello que no habíamos querido ver durante toda la época menemista. Durante todo ese tiempo pasábamos por la ruta y mirábamos a los villeros con las antenas de televisión. Lo veíamos todo a la manera de un noticiero policial: cuando alguno caía, cuando alguno moría o estafaba. Pero, evidentemente, el piqueterismo alcanzó luego un nivel de envergadura que hay que celebrar, más allá de que uno pueda discutir las formas en que actúa. Celebrar en el sentido de que en la Argentina la conciencia, la memoria de la protesta y la dignidad a recuperar, sigue presente. En la Argentina existe un nivel de reivindicación, un nivel de protesta y rechazo a los destinos malditos, que incomoda no solo a la clase media cuando no puede circular con los autos, no solo a los partidos políticos cuando no pueden situar una negociación satisfactoria, sino que incomoda muchas veces al propio pensamiento progresista y de izquierda, que encuentra en eso algo que no se adecua a una ingeniería republicana y democrática que al pobre le sirve tres cuernos. Es decir, ¿por qué tengo yo que plantearle al piquetero que es más importante la democracia que comer? ¿Por qué tengo que plantearle que es más importante la libertad de un locutor de cuarta diciendo sus ideas en la radio, de 5 a 8, que comer? En la Argentina no tenemos necesidad de hacernos los altruistas. El propio sector nos viene a refregar en la cara que tiene la suficiente fuerza como para no claudicar. Y esa es una cosa molesta. Cuando uno habla con académicos brasileños o mexicanos de izquierda se da cuenta que ellos tienen mucha pobreza, pero la conversación es serena, se sabe perfectamente que esa gente no va a hacer otra cosa que lo que hizo toda la vida. En la Argentina uno no puede hablar diez minutos si no introduce el tema piqueteros, porque lo tiene en las narices. Yo reivindico esa capacidad profunda que tiene el país de la protesta. Eso no significa que no cuestione las ideologías, las variables, los partidos y las ideas con que el piqueterismo trabaja hoy en la Argentina y, sobre todo, cómo lee el escenario nacional, cómo indistingue lo que es el gobierno de Kirchner de lo que puede ser un gobierno de López Murphy, cómo reitera las imbecilidades y las taras casi innatas con que la izquierda se maneja desde hace muchísimos años.

Usted cuestionaba recién la idea de democracia, uno de los conceptos más defendidos por el discurso de los medios de comunicación.

En Argentina es difícil hablar del tema, porque la democracia fue interrumpida muchas veces y existieron dictaduras genocidas. Mi propia vida está atravesada por golpes de estado, desde 1955 hasta aquel que me llevó al exilio. En ese sentido, uno no debe ser ingenuo ni inocente, saber cuál es la memoria nacional que está sustentando a los términos y a los conceptos. Pero la democracia también es un término que parte de una política de disputa. O el neoliberalismo lo plantea, o el individualismo liberal, o las teorías liberales de política lo plantea; o lo plantea el sentido de una democracia social, de corte político reformulador. Hoy, la democracia en la Argentina y en el mundo es una de las formas más despolitizadoras que tiene el sistema sobre el sujeto social. Lo que te exige es que, cada dos años, votes algún diputado; después, que te quedes quietito en casa. Si salís a la calle, incomodás. La democracia se ha transformado en algo despolitizador. Por otro lado, la democracia y el régimen de libertad que constituye te permite hacer política, te permite pensar, oponerte y resistir. Te da las leyes adecuadas para que no termines preso ni muerto.
El tercer nivel sería la escala de situaciones. Es decir, si no se habla desde una democracia social, si no se habla de un cambio social profundo que supere el problema de las víctimas y de los victimizados, ¿quién pone esa escala?. En general, esa escala la exponen y expanden los medios. En los medios, que son privados y se rige por la publicidad de empresas privadas, la forma de seguir persistiendo es trabajar sobre esa idea de libertad de pensamiento. Pero uno debería preocuparse hasta que punto esa libertad es lo suficientemente comprensivo e inclusivo de la verdadera problemática como para ponerlo por encima de todo. Yo no tengo por qué obligarle a un tipo que no tiene un peso en el bolsillo, que está desocupado y no puede darle alimento a su familia, que defienda la democracia tal cual se está defendiendo ahora. Bajo ningún aspecto. En todo caso, que defienda lo que realmente necesite. En ese plano, lo que necesita no es prioritariamente esa ideología democrática que niega al resto. Desde esa perspectiva, la Argentina necesita un debate democrático que rompa con los mitos de un neoliberalismo que ha impregnado y vencido al resto, que ha inundado las ideologías de todos, desde un locutor, un cura, un intelectual o un político. Es difícil poner en cuestión la democracia. No significa llamar a un golpe de estado, sino todo lo contrario: plantear una discusión mucho más clara y sincera, para evitar variables que pueden llegar a ser peligrosas.

Además, en la democracia neoliberal la única representación parece ser la del poder económico.

Se ha perdido un nivel crítico económico social que tiene que ser mucho más duro. Hoy, por ejemplo, los medios de comunicación no son cuestionados por los intereses a los que responden. Hoy se ha idiotizado el análisis de los intereses. El análisis de los intereses económicos, que devienen en intereses culturales, que devienen en intereses ideológicos y políticos, está muy poco planteado. Hay una especie de periodismo que plantea de manera irresponsable, escandalosa y poco clara, la escena del país desde una perspectiva que, o bien contribuye a la confusión general, o favorece a los sectores más nocivos o a los intereses foráneos, o, indudablemente, lo único que están defendiendo es el puchero y el nivel de sueldo que hay ciertos comunicadores que lo tienen muy bien y no quieren perderlo. ¿Qué políticas van a tener con respecto a las empresas privatizadas muchísimos programas de radio y televisión cuyo ochenta por ciento de publicidad, son las privatizadas?¿Qué me van a decir del país, de las necesidades, del presidente y de las figuras como Blumberg, si están absolutamente comprados por un sector que tiene enormes intereses sobre la Argentina?
La lógica de la sociedad massmediática siempre es la lógica del narrador omnisciente, aquel que uno no lo piensa cuando está leyendo, pero que es el dueño de la novela. Uno cuando lee Madame Bovary, no piensa en Flaubert, sino en Emma Bovary. Uno cuando ve la Argentina, no piensa en los medios porque son los medios los que construyen la novela permanentemente. Hay que hacer un enorme esfuerzo para regresar a la idea de que el 90% de lo que nosotros discutimos es obra de la mediación, de lo mass mediático. Y los mass mediático en la Argentina, en un porcentaje mayoritario, está en manos de algo patético y lamentable, cuando no, peligroso.

¿Qué pasa con el rol de los intelectuales en este contexto?

Los intelectuales sufrieron este vendaval que fueron los noventas y a posteriori. Hemos quedado desguarnecidos. Confundimos denuncismo con ser de izquierda, planteamos variables donde las izquierdas y las derechas parecía que se hermanaban. En ese magma, el intelectual perdió sentido, perdió la capacidad de entender las gestiones, se alineó de manera equivocada, festejó fabulosamente la subida de De la Rúa al poder, como si hubiese sido algo increíble. Pensó que el peronismo estaba absolutamente muerto, incomprendió determinadas variables. Nos equivocamos profundamente y fuimos hijos de esta correntada que nos dejó “traste pa´l norte”. Muchas veces, demostramos niveles de incapacidad mucho mayores que la de los propios políticos. Falta un proyecto, falta una gran reunión, faltan muchas ideas que reúnan y gesten, desde otra perspectiva, una política de época. Los intelectuales, si no se han adecuado a las leyes del mercado de una manera peligrosa o no han vendido el alma por figuración o centimetraje en prensa, se han planteado en una misma lógica donde no han quedado absueltos del resto. En una sociedad no hay inocentes. Lo que ha acontecido nos involucra a todos porque de distintas maneras hemos entrado en las generales de la ley del vaciamiento de la Argentina.

También existe una negación de los intelectuales por parte de los medios.

Hay un tensión entre el informador o el periodista y el intelectual. A pesar de que en la época actual el mercado es mucho más confuso, porque, al mismo tiempo, hay más columnas y programas de entrevistas en donde aparece mucho el intelectual. Pero, hay una mayor tensión. Eso es parte de la ausencia de alguna instancia o alternativa muy amplia que vuelva a generar persuasión, creencia, ganas de volver a intervenir y de reunir política y reflexión, política y conocimiento, política y ética. Las muchas cosas que pasaron en la Argentina en los últimos treinta años son de una hondura tan grande que el reencuentro de un pensar con una práctica comunitaria va a costar mucho en términos de gestar algo que realmente valga la pena.

¿El gobierno de Kirchner es un primer paso?

Reivindico el gobierno de Kirchner. En primer lugar, porque es un gobierno que realmente nadie esperaba. El escepticismo campeaba por encima de lo que podía ser una salida con un mínimo de honestidad y seriedad. Desde esa perspectiva, es una sorpresa agradable en fundamentales momentos que hacen una política, que hacen a un recomponer la Argentina, que hace a un regreso de autovalorizarnos, que hace a un Estado más presente. Además, y como dijo Tulio Halperin Donghi, “dime quiénes están contra Kirchner para darme cuenta que cada vez hay que estar más con Kirchner”. Si uno ve el amplio abanico que va entre una extrema derecha nostalgiosa de la dictadura hasta una inimputable como Elisa Carrió, que ha servido en el último año y medio como nunca un progresismo ha servido tanto a la derecha, si uno ve esa incapacidad infinita o esa enorme astucia con que la derecha actúa e involucra a unos y otros, uno piensa que cada vez uno se tendría que ubicar más cercano a este presidente que, indudablemente, en términos personales puede ser criticable por muchas de las formas que tiene de ser, pero que en términos generales y de políticas concretas a aplicar, es absolutamente defendible. Es el presidente inesperado, algo que nadie esperaba y menos cuando llegó a ser presidente con el 22 por ciento. Uno pensaba que iba a ser un presidente débil, manejable, instrumentable, que iba a acordar por detrás de cualquier zanahoria y que no iba a tener posibilidad de hacer frente a las grandes cosas. Sin embargo, en lo fundamental, yo leo el diario y las políticas del gobierno me vuelven a hacer sentir que soy argentino y que, a lo mejor, todo vuelve a valer la pena. Venimos de quince años donde, tanto desde la derecha como de las izquierdas, equivocaron tanto el rastro que vaciaron el país. Por un lado, un sector se beneficiaba y ponía dinero en el extranjero; por el otro, las izquierdas lo único que hacían era, anacrónicamente, plantear cosas que ya respondían a un mundo como el de hoy. No soy de aquéllos que dicen que ojalá Kirchner aguante. Yo no estoy contra él. Esa es la forma de un anti kirchnerismo muy astuto. Yo lo defiendo claramente en relación a la escena argentina y a los que están contra Kirchner.,

Kirchner llega a la presidencia de la Argentina en momentos en que aparecen en América latina otros referentes importantes, de corte popular o progresista.

Kirchner ingresa en un momento feo del mundo, en donde hay una suerte de revolución “bushista” que rompe las reglas internacionales y que lanza al mundo hacia otro tiempo, hacia otra etapa que no sabemos en qué va a terminar, pero donde los tanques de pensamiento, el Pentágono y la derecha republicana, tenían algo que decir, a diferencia de los demócratas y los Kerry, que quedaron navegando en una especie de nada. Bush tiene una poderosa arma como anunciándonos un mundo futuro bastante inmediato de pesadilla, donde, además, todo se ha corrido más hacia la derecha. La social democracia está más hacia la derecha, las derechas son más a la derecha que antes, lo que se puede modificar es poco, las protestas son leves, las diferencias tratan de tragarse a sí mismas, los países obedecen… Basta mirar lo que se esperaba de Lula, que ahora negocia muchas veces desde una política de centro derecha. En ese marco, no le tocó una época de avance de las masas, de luchas populares o crisis en el primer mundo. Pero, al mismo tiempo, en América latina hay ciertos países, algunos con un populismo notable como es el de Chávez, el de Lula que de alguna manera trata de manejarse y equilibrarse; la social democracia tibia pero adherente y que en cierto sentido acompaña, como puede ser la de Lagos; el posible triunfo del Frente en Uruguay, le dan a Kirchner, que se planteó que eso era lo que le interesaba, que dentro de tres o cuatro meses, unido Uruguay y consolidada Venezuela, haya una variable como para que América latina reconquiste cierto perfil, cierta identidad y presencia en el mundo. Que no sea solamente la obediente y miserable región desconocida, olvidada, pisoteada y súper explotada por intereses globalizados fuertes. Es una época fea del mundo con una América latina que abre perspectivas interesantes de ser pensadas y acompañadas. Kirchner en ese sentido, mal o bien, con ciertos gestos y desplantes y esas formas que tiene que muchas veces no comparto, ha perfilado claramente que le interesa la pontificación de ese frente.

¿Kirchner recupera el espíritu del viejo peronismo o se trata de otra de las transformaciones del movimiento?

En Kirchner hay esa dualidad. Por un lado, está esa idea que no es nueva en el peronismo de que alguien se sitúa en un momento histórico del peronismo y lo proyecta hacia algo más allá del peronismo. Eso fueron los montoneros, eso fue el propio Menem, desde otra perspectiva. El peronismo aparece como una suerte de proyecto inacabado, un continente que no ha definido totalmente en la historia cuál es su definitivo perfil. Hasta en la época de Evita, el evitismo era una forma de transformar el peronismo en eso, que tenía que dejar de ser para pasar a otra cosa. La propia Evita era la izquierda del peronismo, tenía ideas, palabras y conceptos políticos e ideológicos más duros que anunciaban ya el cambio. Si uno ve la historia del peronismo, esa historia la vuelve a encarnar Kirchner cuando pasado el memenismo, pasado ese calvario y el peronismo que se vende a sí mismo, pero que es plenamente peronista en ese traicionarse a sí mismo (porque todo el peronismo estuvo detrás de ese personaje incalificable que fue Menem), pasada esa situación, Kirchner vuelve a jugar con la idea, a partir de la crisis de lo político y de la muerte del peronismo, de un peronismo después del peronismo. Una cosa de corte postmoderno, una representación después de la representación. Es difícil, duro y complicado porque la Argentina es un país muy complejo en donde no existen grandes tiempos para trazar esas variables. Entonces, Kirchner vive entre apoyarse en el viejo peronismo que es finalmente aquel que le va a dar victorias electorales casi seguras, y al mismo tiempo ir gestando una serie de post peronismo que, evidentemente, tiene mucha gente que apostaría a eso pero también otros sectores que no lo ven bien. Es un dilema. En lo inmediato, Kirchner va reencontrándose con que es muy prematura su idea de la transversalidad y que tendrá que trabajar y negociar con lo mejor del peronismo durante un lapso antes de poder erigir una variable de ese corte.

¿Cuál es el papel que juega la inseguridad en el imaginario social?

La inseguridad es un problema cierto y real, sobre todo en determinados lugares del conurbano donde la Argentina reunió a lo más pudiente y residencial, con villas. Evidentemente, en el momento en que esto se producía, si bien se podía ver como potencialmente riesgoso, es un lazo o un matrimonio muy peligroso. San Isidro sería el ejemplo máximo, con grandes residencias a cinco o seis cuadras de las villas miseria. Ahí se produce la inseguridad de manera más aguda y, efectivamente, es un tema que corroe la vida, que atraviesa las formas de la vida cotidiana de una manera muy fuerte. A eso se agrega la corrupción policial, que es la forma que la policía tiene de actuar y no tiene que ver con diez o quince, sino que la policía está corrupta como lo está gran parte de la sociedad argentina. Cuando uno compra un repuesto en la calle Warnes, sabiendo que es robado, está siendo corrupto. No somos noruegos o suecos, no tenemos una ética. Pero, más allá de eso, el problema de la inseguridad existe. En el tema de la inseguridad se va aclarando que hay dos grandes variables, dos grandes tensiones que, en este momento, es la tensión que separa ente la figura de León Arslanián, que para mí es una figura de lujo en la Argentina en cuanto a lo que pretende hacer, o Juan Carlos Blumberg que representa el punto ciego de una Argentina nefasta. Está claro que política necesaria es depurar a la policía, y esa depuración trae sus riesgos, porque la policía depurada, amenazada y agredida, tiene una altísima cuota de relación con la delincuencia y actúa con semi delincuencia. Está esa variable, que es riesgosa. Y también está la variable a la que apuesta el sector medio argentino pudiente. La idea es: a la policía déjenle el negocio de la prostitución, de la trata de blanca, la compra de pizza y la droga, pero negocien que no secuestre más y, en lo posible, que no robe autos. Si esto se logra, el sector que hoy sale detrás de Blumberg estaría totalmente de acuerdo. Es decir, una policía prostituida pero sin secuestros. Blumberg responde a la idea de que hay que resolver los secuestros apoyando a la policía porque la policía es, más o menos, lo mejor que tenemos, y que la policía haga sus negocios en un campo más tradicional como las drogas, la trata de blancas y la prostitución. Esta corriente cree que cuando Arslanián echa a un policía, ese policía se va a vengar y va a empezar a secuestrar. Es una hipocresía por parte de los sectores altos y medios de la Argentina que, en realidad, no quieren depurar a la policía; quieren pactar con la policía a la vieja usanza. Hasta hace cuatro o cinco años no había secuestros, pero la policía era la dueña del país en términos de corrupción. Sin embargo, se podía vivir “tranquilo”. Ahora, la policía sabe cuál es la cuestión que altera al país, que es el secuestro. Pero el problema se va a poder resolver cuando se depure a la policía y actúe no como cómplice ni beneficiaria de los secuestros, sino para que realmente confronte. El tema de la inseguridad vuelve a plantear una Argentina de derecha y una Argentina de izquierda; una Argentina realmente situada en la anti corrupción y una Argentina que es corrupta y que, sin embargo, no tiene ningún problema en salir a la calle a plantearse contra la corrupción.

¿Por qué no somos éticos?

La Argentina ha padecido infinidad de mentiras, problemas e hipocresías desde el sesenta en adelante. Infinidad de dramas, de muertes, operativos y clandestinidades. Sufrió infinidad de robos, de “yo digo una cosa pero hago otra”, sufrió la posibilidad de ganancias fabulosas que le vienen de épocas anteriores. Como dice Jaureche, la Argentina siempre fue un lugar de grandes ganancias y después de ñoquis infinitos y de gente que vive de rentas. Todo eso ha contribuido, junto con las guerras, los engaños, los desconsuelos, la incredulidad, la venta del país y los políticos, para que la corrupción se haya extendido como modelo de ser. El gran mensaje del menemismo fue una cultura de la corrupción. Se trata de una cultura que se maneja de la manera siguiente: “Si tenés la oportunidad, hacela porque se te va a cruzar una sola vez en tu vida”. El que fue asesor de Menem pasó de tener 5 mil pesos a tener 5 millones. Eso pasa una sola vez en la vida y fue tan claro, tan preciso, tan celebrado, tan homenajeado y publicado por el periodismo que, efectivamente, quedó como forma de ser del argentino. El argentino siempre va a encontrar la forma de zafar. Eso lo vemos cuando encontramos un auto con la patente tapada, para no salir en las multas fotográficas, o cuando se roban los bronces de las plazas. En la Argentina no hay un robo para mitigar el hambre, el robo es una cadena de negocios. Yo robo el bronce, vos lo negociás, vos lo almacenás… Todo es un negocio. No hay un robo noble, hay un robo que es un negocio. Ésa es la Argentina del negocio que quizás nació con los tanos, nuestros abuelos que de alguna manera se tenían que defender y que hoy deriva en un país de una altísima cuota de prostitución moral. Ésa es la Argentina y nos queda esperar que haya una época de recuperación ética y moral y que dejemos atrás estas cosas.


*Publicado en Revista Lea N°30, noviembre de 2004.

27 may 2008

Confesiones de lector

Por Susana Szwarc*

Si se nace en un pueblo en 1954 los libros se encontrarán en los vagones. Quitilipi: dice el cartel de la estación. Si los padres llegan sobrevividos de una guerra algo sabrán. Por ej: si leés tenés tu casa siempre. Desconocida la superstición de la propiedad privada, habrá en las letras la hospitalidad, el cuerpo espeso, dichoso, interminable. La vida entonces se comparte entre cosecheros golondrinas, tobas, criollos, gringos. Las tonadas difieren y no habrá en el mundo paisaje mejor que la lectura en voz alta, en voz baja, susurros entre nosotros: el Corín Tellado, tallado en las siestas, Patoruzú, Patoruzito y la sequía o la inundación de la Pachamama, Susy del corazón, la pequeña Lulú y sus amigos, nuestros amigos en bicicleta por el pueblo. Entre esos libros llega Kafka: Carta al padre. ¿Qué niña no querrá leer algo así?. Me lee mi padre la Carta… En la plaza del pueblo, en la hamaca que sube y baja, no dejaremos de reír del bromista de Kafka. “Yo era un niño tímido”, “tú me insultabas”. Ningún padre es así, decimos mi padre, mi madre, mis hermanas y yo. Aprendemos cómo tachar a los falsos padres del mapa. Y llegan Alicia en el país de las maravillas, y Romeo y Julieta (mucho más lindo que los Corín Tellado y las Susys con sus secretos, diremos en la escuela). Pero es Kafka quien deja una huella por todos los vagones. Sus cuentos “dan para hablar”, decía mi amiguita preferida.
Pasa el tiempo. El enigma de los desplazamientos. En la gran ciudad, en la Capital, los vagones son librerías. Y hay tanto para elegir. La boca de la ballena de Héctor Lastra, años después su Fredi. ¿Cómo llegan ciertos escritos a nuestros ojos?: Un cuento de Borges lee la señorita en la escuela. Seguimos a Borges. Y otro día lee a Cortázar. Un día los ojos ven Días enteros en las ramas de Marguerite Duras y seguimos las Margaritas porque también se encuentra a la Yourcenar. La Nanina de German García y luego La fortuna de encontrarlo en los estantes. Bloyd de Liliana Heer. El frasquito de Luis Gusmán. Nicolás Rosa y Roland Barthes y Saer y Piglia y Josefina Ludmer. Aparecen Oscar Masotta y Freud y Lacan y Georges Steiner. Los papeles salvajes de Marosa Di Gorgio, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo. Vivimos un tiempo en Santa María y en Comala. Descubrir a Bohumil Hrabal es otra fiesta.
Pasan los vagones por el tiempo: John Berger, Thomas Bernhard y cuántos nombres olvido, sólo para recordar después. Hay relatos, narraciones,poesía. Me gusta que algunos libros que leo hayan sido escritos por mis amigos. Saboreo a José Kózer, Cristina Peri Rossi, Liliana Lukin, Amalia Sato, Luis Benítez, María del Carmen Colombo, Miguel Espejo, Adolfo Colombres, Tununa Mercado, Liliana Heer (releo Pretexto Mozart, releo Repetir la Cacería), Susana Romano que nos habla de “un archivo gigantesco y móvil, como una especie de libro inestable, en el que se van escribiendo e inscribiendo los acontecimientos…, guardados en reserva para el quehacer de las generaciones”en “Consuelo de lenguaje”.

Wang-Fo le dijo dulcemente, mientras continuaba pintando:

-Te creía muerto.
-Estando vos vivo –dijo respetuosamente Ling-, ¿cómo podría yo morir?
Frases de un cuento de M.Yourcenar, se puede jugar: en vez de “pintando”, “leyendo”.
Libro, hoja, casa, cuerpo. Lecturas. Y Kafka siempre y Proust abriendo los ojos, despertando al mundo.


*Susana Szwarc nació en Quitilipi, Chaco, en l954. Ha publicado El artista del sueño y otros cuentos, Trenzas, Bailen las estepas y Bárbara dice:, entre otros. Textos suyos han sido traducidos al alemán y al mandarín.

12 mar 2008

CRÍTICA/ Fotografía

Ausencias
Muestra fotográfica de Gustavo Germano
Centro Cultural Recoleta

Por Pamela Bertoni

El domingo pasado estuve dándole vueltas al Centro Cultural Recoleta, un lugar con el que frecuentemente me peleo pero en donde, a veces, aparece algo que me sorprende. Eso fue lo que me pasó con la muestra de fotografía de Gustavo Germano. Al principio comencé a ver las fotos desde un interés técnicamente fotográfico: estética, composición y color. El resultado fue que las fotos no me “cerraban”. Hasta que comenzó a atraparme algo más verdaderamente fotográfico: la historia, lo que contaba cada foto; a medida que sumaba imágenes, el impacto era mayor.
Fotos en blanco y negro rescatadas de algún álbum familiar donde se ve a dos o más personas, son sistemáticamente acompañadas por otra foto en color, tomada 30 años después, recreada en el mismo lugar y en la misma situación y donde hay uno o más espacios vacíos.
Acompaña a la muestra un video documental, especie de road movie, donde se lo ve a Germano buscando a los protagonistas y los espacios para reproducir las capturas.
A través de la ausencia de los personajes en la toma, Germano logra contar con el silencio en el espacio, los silencios, o vacíos, dejados aún hoy por la dictadura militar que comenzó en 1976.
Política y militante, la muestra nos habla de unas ausencias humanas particulares y cuenta a través de un espacio, un silencio que nos une como argentinos y como seres humanos. Relata el paso de un tiempo y la permanencia de un vacío. El paso de un tiempo que se cuenta en cuerpos y rostros cambiados, envejecidos. Una fotografía muestra dos hombres jóvenes que bajan corriendo ágilmente a través de un verde, al lado otra fotografía, un solo hombre canoso, un cuerpo pesado, una pose rígida que intenta imitar la pose de la fotografía anterior, un mismo verde.
Impactantes resultan también las “ausencias” de niños desaparecidos durante la dictadura, registradas en varias fotografías. Como también las señaladas por la leyenda Playa “La tortuga alegre”.Concordia, Entre Ríos. Dos nombres. Una playa en blanco y negro, dos cuerpos tendidos al sol en luna de miel. Al lado, una playa en color, la arena, el mar. La misma leyenda, dos puntos negros que evocan a los nombres de los ausentes.
A nivel técnico las fotografías no sorprenden, es más, parecieran estar tomadas bastante descuidadamente, evidenciando la captura y copia digital. En éste sentido, el medio digital funciona como una forma más de contar el paso del tiempo al estar contrapuestas a fotografías analógicas en su mayoría en blanco y negro.
Una idea basada en un concepto simple, sin artilugios. Sin pretensiones efectistas, logra contundencia a nivel mensaje, emociona, duele en lo profundo. Más allá de la distancia que individualmente nos una o nos separe de lo que fue la dictadura militar, la muestra logra a través de lo propio y lo cotidiano, un lenguaje universal que nos dice, como espectadores, que somos parte de la historia.

4 feb 2008

CRÍTICA/ Teatro voyeur



Pornodrama II - Un esquimal
Teatro Belisario, Corrientes 1624. Tel. 4373-3465
Jueves, 22 hs. Viernes y sábados, 23 hs.

Dirección: Alejandro Casavalle
Sobre propuesta original de Javier Magistris.
Actúan: Carolina Refusta, Pedro Di Salvia, Juan Pablo Carrasco, Lizzy Pane.


Hay algo en Pornodrama II, la segunda parte de una propuesta que Alejandro Casavalle había presentado años atrás, que provoca desde el más primitivo de los niveles: dos parejas swinger se desnudan, se chupan, se tocan, se penetran, y lo hacen ante la mirada del espectador. Posiblemente baste sólo eso para que un drama se convierta en un ejercicio de voyeurismo difícil de resistir. Pero Pornodrama II no es sólo sexo: más bien, las escenas de sexualidad explícita (la obra es prohibida para menores de 18 años) son obscenas no por lo que muestran, sino por lo que ocultan. Detrás del sexo que los personajes practican con rusticidad, se esconde la historia de cuatro soledades que en mucho se parecen a las que cada uno de nosotros suele arrastrar en la vida. Y el sexo, así en la obra como en la vida, aparece como una de las vías de terminar con esa "separatidad", un vocablo que tan perfectamente acuñó Erich Fromm para explicar el sentimiento de aislamiento de los individuos y la forma en que el sexo parece solaparlo.
El argumento de Pornodrama II es simple: un hombre llega a la casa de un viejo amigo, tras un exilio voluntario, para proponerle un negocio. Lo hace acompañado de su novia. La complejidad comienza en todo lo que el sexo oculta: un amor que aún persiste a pesar del tiempo, la crueldad de un hombre con su esposa, la estupidez inocente de una mujer que nunca logra dejar de ser niña, los horrores de una guerra que dio origen a una generación marcada por los antagonismos de la apatía y el desenfreno.
Estéticamente, Pornodrama II es una puesta cuidada, donde una pantalla gigante da la oportunidad de completar el voyeurismo desde una perspectiva distinta. El trabajo de los actores es fuerte, bueno y jugado. La dirección de Casavalle no deja espacios para la improvisación, en una obra que, paradójicamente, nació como un juego de cuatro actores dispuestos a mostrar lo que todo el mundo quiere ver, y lo que nadie está dispuesto a afrontar.

17 ene 2008

Césare Pavese: Vivir también cansa

por Nelson Díaz

Poeta, novelista y un excelente traductor de la literatura norteamericana, la vida y obra de Cesare Pavese transcurrió entre dos aguas: su amada campiña piamontesa y la indiferente ciudad; el totalitarismo de la Italia fascista y su realismo libertario; los últimos estertores del hermetismo italiano (o neohermetismo), --entre los que se encontraban Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo y más tarde Alfonso Gatto y Vittori Sereni-- y la forma épico-narrativa planteada en su obra como modelo de ruptura y transición. Tenía 42 años cuando decidió suicidarse. Su cuerpo fue encontrado en Albergo Roma, un pequeño hotel de Turín. Había dejado escrito, en la primera página de su libro Dialoghi con Leucó y a modo de despedida: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿Está bien? No hagáis demasiados comentarios”.

Desde Turín con dolor

Pavese nació el 9 de setiembre de 1908 en el seno de una familia compuesta de cuatro hermanos, cuando sus padres se encontraban veraneando en su granja de Santo Stefano Belbo, una pequeño pueblo piamontés al norte de Italia. A los seis años, su padre Eugenio Pavese, que era juez en la corte de Turín, murió de cáncer cerebral. Introvertido, distraído, asmático y miope, el joven Cesare se vio obligado a usar gruesas gafas desde la adolescencia, recibiendo poco apoyo emocional de su taciturna y poco efusiva madre, Consolina Mesturini Pavese. El mismo año que su padre murió, su hermana María se enfermó y la familia debió permanecer en el Piamonte durante un año. En la escuela local fue donde nació su profundo amor por la campiña piamontesa, la que exploraba con los hijos de los granjeros. En su diario escribió: “Si es que hay un estilo en mi poesía, es el del niño fugitivo, que vuelve con alegría a su aldea” .
Agobiada por las deudas, su madre decidió vender la finca cuando Pavese tenía 10 años, en un infructuoso intento por mejorar las finanzas de la familia. Comenzaron a frecuentar en verano un pequeño pueblo llamado Reaglie, cerca de Turín, aunque Cesare regresaba a menudo para visitar el escenario de su niñez, que más tarde utilizaría en sus autobiográficas novelas. Vivió en Turín con su madre hasta su muerte en 1930, año en que comienza a compartir el apartamento con su hermana casada y su familia.
Su educación continuó en Turín; primero en una escuela jesuita, más tarde en el Gimnasio Moderno. A los 16 años ingresó en el Liceo Massimo D´Azeglio, donde conoció a Augusto Monti, profesor de literatura italiana, quien lo persuadió para que estudiara griego, despertando así el interés por la mitología, que perduró hasta el final de su vida. Pavese dedicaba largas horas a la lectura de obras en griego y también a la literatura italiana, inglesa y norteamericana, la que incluía la poesía de Walt Whitman.


Tierra roja, tierra negra

Fue en el último período de su adolescencia cuando Pavese “oyó” por primera vez la “voz absurda” del suicidio, cuando uno de sus pocos amigos se quitó la vida. Cuatro años antes, en la turbulenta atmósfera política de Turín, había experimentado una conmoción a causa de la matanza llevada a cabo por los “camisas negras”, que habían dado muerte a 11 personas y heridos a varias más como represalia por el asesinato de dos fascistas, poco después de que Mussolini tomara el poder en Italia. Doce años más tarde, escribiría un poema titulado “Una generazione” (incluido en Lavorare stanca), en el que conmemoraba el luctuoso contecimiento: ”En la cárcel hay obreros callados/ y alguno ya está muerto/ En la calle han borrado los regueros de sangre/ La ciudad, a lo lejos, se despereza al sol/ la gente sale afuera/ Se miran a la cara/ Los muchachos pensaban en la sombras de los prados/ y miraban a la cara a las mujeres/ Pero incluso ellas/ no decían nada y dejaban hacer”.
Las convicciones políticas de Pavese tomaron una orientación más definida en el otoño de 1926 cuando ingresó en la Universidad de Turín. Allí conoció a un grupo de brillantes alumnos antifascistas, entre los que se encontraba el estudiante de Ciencias Políticas Giulio Einaudi quien habría de fundar Casa Einaudi, editorial llamada a ejercer una fuerte influencia entre los intelectuales italianos al publicar traducciones de autores ingleses y norteamericanos y que sería la encargada de editar la obra completa de Pavese. Otro de sus amigos durante la época de la universidad fue Leone Ginzburg, quien más tarde sería profesor de lenguas eslavas en la universidad y editor de La Cultura, revista de crítica literaria editada por Einaudi.
Entregado al estudio de la literatura norteamericana , Pavese terminó su doctorado en letras con una tesis sobre Walt Whitman. Sin embargo, no le fue posible obtener un trabajo permanente como profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Dictó algunas horas de cátedra en varias escuelas: enseñó italiano, inglés, latín y filosofía a alumnos privados y escribió artículos sobre literatura norteamericana para varias revista literarias. En 1934, antes del comienzo de la guerra de Abisinia, en la ciudad de Turín se produjo el arresto de 200 personas, entre las que se encontraba Ginzburg y otros asociados de La Cultura. Acusado de ser el cabecilla del movimiento subversivo Giustizia e Libertá, fundado en la década anterior por Piero Gobetti, Ginzburg fue condenado a dos años de prisión. Carlos Levi, otro de los antiguos compañeros de escuela de Pavese, también arrestado, describió su exilio en una remota aldea en su libro Cristo si è fermato a Eboli, que se convirtió un éxito de librería. Después del arresto de Ginzburg, Pavese se convirtió en el editor de La Cultura, renunciando luego de un año.


El silencio della vocce ruocca

El 13 de mayo de 1935 la policía allanó el apartamento que Pavese compartía con su hermana y encontró cartas escritas por su novia, relacionadas con el Partido Comunista y que, obviamente, lo comprometían políticamente. Fue arrestado junto con un grupo de intelectuales turineses, entre los que se encontraban Augusto Monti, Norberto Bobbio y el propio Enaudi. ¿La causas esgrimidas para el arresto? Actividad política clandestina. Durante el juicio se encerró en un absoluto mutismo para no delatar a “la donna della vocce ruocca”, --la misteriosa mujer con la cual Pavese tenía relaciones--, lo que le valió una condena de tres años de confinamiento en el pueblo calabrés de Brancaleone. En el exilio la idea del suicidio comienza a cobrar más fuerza. La condena, finalmente, fue reducida a un año debido a los graves problemas asmáticos que padecía Pavese.
La correspondencia con su hermana en ese período revela la sensación de soledad y la desazón que sufre; las crisis depresivas se hacen cada vez más frecuentes. Fue precisamente en Brancaleone cuando comenzó a llevar un diario que se publicó después de su muerte con el título Il mestiere di vivere. En su diario, Pavese expuso el juicio que su obra poética le merecía: “Aún no sé si soy un poeta o un sentimental, pero lo cierto es que estos meses atroces constituyen una prueba decisiva. Si, como lo espero, hasta los más grandes descubridores han tenido meses semejantes, digamos que la alegría de componer se hace pagar cara. La vida se venga --y está bien-- si uno le roba el oficio. No es nada la preocupación de componer --el famoso tormento-- frente a la de haber creado algo, y no saber luego qué hacer”.
Luego de la publicación de algunos de sus mejores poemas escritos en el exilio, rompió con su pasado literario y se entregó a escribir novelas. En ellas se repite insistentemente el tema del encierro, especialmente en Il carcere. En 1936, después del exilio, Pavese volvió a sus tareas editoriales en Casa Enaudi mientras era publicado su primer libro Lavorare stanca, por la editorial Solaria en Florencia. Durante este breve período ejerció la dirección en las oficinas de Enaudi en Roma, asociado a los novelistas Italo Calvino y Elio Vittorini, a quienes, junto a Pavese se les atribuye el haber americanizado la literatura italiana al romper con la tradición académica para introducir el elemento vernáculo.
Exceptuado del servicio militar a causa de su precaria salud, Pavese pasó parte de al Segunda Guerra Mundial en Turín. Después de su corta estadía en Roma se trasladó a Serralunga, una villa piamontesa donde se encontraba su hermana. Durante esos dos años se produce la muerte de su amigo Leone Ginzburg en un campo de concentración nazi. Pavese se recluye a leer a Kierkegaard, Milton, las tragedias griegas y a autores del período isabelino. En homenaje a su amigo asesinado, al finalizar la guerra publica la novela La casa in collina, que trataba sobre la resistencia italiana al nazismo y que apareció en un volumen titulado Prima che il gallo canti.


La tierra prometida


Sus primeras traducciones se vieron favorecidas por el encuentro fortuito con Antonio Chiuminatto, un estudiante de Chicago que pasaba el verano de 1929 en Turín. Pavese recibía una importantes cantidad de libros americanos y Chiuminatto le ayudaba a comprender las expresiones idiomáticas y el “slang” americano. Estimulado por la lectura de autores norteamericanos en sus días de universidad, dedicó años al estudio y traducción de obras de literatura norteamericana. Entre los años 1930 y 1934 publicó una larga lista de artículos sobre Sinclair Lewis y ensayos sobre Sherwood Anderson y Walt Whitman, --justamente una tesis sobre el autor de Hojas de hierba, le valió el doctorado en la universidad--. Pavese poseía un extenso conocimiento sobre la continuidad de la literatura americana, estimulado por la visión que tenía de América como “un escenario gigante en el que se representaba el drama de todos con más franqueza que en ninguna otra parte”. En sus novelas se repetía incesantemente el tema del rechazo a la ”città” y la búsqueda del “paese” y que era reflejada, en cierto modo, por la literatura americana ya que los escritores americanos, a pesar de sus orígenes, compartían una literatura en común. Si bien fue un lector entusiasta, familiarizado con escritores del siglo XIX como Herman Melville, Mark Twain, Henry Thoreau y Edgar Allan Poe prefirió los escritores de medio oeste, de principios de siglo y, en especial, a Sherwood Anderson y la poesía de Edgar Lee Masters. Luego de su graduación universitaria tradujo Moby Dick de Melville --considerada hasta el momento intraducible--, Our Mr. Wrenn de Sinclair Lewis (su primera traducción), Dark Laughter de Sherwood Anderson, Portrait of the Artist as a Young Man de James Joyce y David Copperfield de Charles Dickens.


Diálogo con la muerte

Pavese, junto a Alberto Moravia y Elio Vittorini, contribuyeron a la ruptura con la tradición académica. El estilo de Pavese, --que en esencia se mantuvo a través de sus nueve novelas cortas--, reflejaba elementos autobiográficos apenas disimulados en maestros de escuela, estudiantes de leyes, ingenieros y mecánicos. Particularmente autobiográfica resulta Il carcere, escrita durante el exilio, y La luna e i faló, descrita por el autor como la saga histórica de su propia época, y que narra el retorno de un aldeano a su villa natal en las montañas, después de muchos años de ausencia en América, para encontrar que los recuerdos que dolorosamente había abrigado en su memoria acerca de su idílico pasado se han desintegrado en el presente. Sus temas incluían con frecuencia el amor, la soledad, la muerte y el paraíso perdido de la inocencia. El pasado, reflejado en la campiña piamontesa, constituyó un importante elemento en su obra, que a menudo ponía de relieve el contraste de la cittá con el paese. Su admiración por los campesinos, sobre todo por su generosidad y capacidad para el trabajo y la vida sana, se refleja en La casa in collina , cuando el narrador, al preguntársele si cree en Italia, responde sin dudar: “No en Italia, sino en los italianos”. El propio Pavese sostenía que el tema de su obra consistía en la cadencia de la vida o “el ritmo de lo que pasa”. Sus ideas sobre la literatura eran originales; alguna vez escribió: “El arte del siglo XIX giraba en torno al desarrollo de las situaciones... el del siglo XX, en el fundamento estático. En el primer caso, el héroe no era el mismo al principio de la novela que al final; ahora sigue siendo el mismo”.
En sus novelas la tramas se desenvolvían a través de las inquietudes y la tensión creada por los personajes. En una época, Pavese apelaba a un número limitado de lectores de vanguardia. Luego de su muerte, su popularidad creció enormemente, principalmente en Italia y los países de habla española. Los años más fecundos del escritor fueron, también, sus últimos años de vida; entre 1946 a 1950 escribió Il compagno; Tra donne sole (novela adaptada para cine y dirigida por Michelangelo Antonioni bajo el nombre Le amiche) y La bella estate que le valió el premio literario Strega en 1950. Pavese prefería sus Dialoghi con Léuco, serie de meditaciones poéticas sobre la mitología clásica que el crítico americano Leslie Fiedler calificó como “ciertamente su más hermoso y logrado esfuerzo”.

Traición al amanecer

La muerte de Pavese está llena de puntos oscuros y conjeturas en torno a cuáles fueron las causas que lo llevaron al suicidio. Una de las hipótesis manejadas revela que en 1943, de regreso en Turín, se entera de que la mujer que él ama, “la donna della vocce ruocca”, se había casado pocos días antes. Otra de la hipótesis se refiere a la relación que mantuvo con la actriz norteamericana Constance Dowling, --que había conocido en Roma mientras filmaba una película--, y a quien le dedicó su último libro La luna e i faló. Luego de su muerte, sobre el escritorio de su oficina, se encontraron diez poemas dedicados a la actriz.
Una semana antes del trágico final, Pavese sale por última vez de su casa para pasar, según dice, unos días en el campo. Se despide de muchos amigos y escribe numerosas cartas. La decisión está tomada. En vez de dirigirse a la estación, alquila una habitación con teléfono en el Albergo Roma, en la ciudad de Turín.
Desde allí, durante la noche, realiza varias llamadas a sus amigos más próximos y se comunica con Fernanda Pivano, a quien lo une una fuerte amistad. El 26 de agosto un camarero, al no obtener respuesta, fuerza la puerta y encuentra el cuerpo de Pavese vestido y descalzo, sobre la cama. A su lado, en la mesa de luz, están los dieciséis tubos de somníferos que ingirió junto a un ejemplar de Dialoghi con Leucó, su libro preferido.
En el piso se encontró su diario; con fecha del 18 de agosto se podía leer: “Todo lo que se necesita es un poco de coraje. A medida que se acentúa el dolor y que éste se hace más claro y definitivo, más se afirma el instinto vital y el pensamiento suicida retrocede. Parece fácil cuando lo pensaba. Hasta mujeres débiles lo han llevado a cabo. Se necesita humildad, no orgullo. Todo esto es nauseabundo. Hechos y no palabras. No escribiré más”.
Más allá de almidonadas tesis de biógrafos sobre la decisión adoptada
--algunos atribuyen el suicidio a un amor no correspondido por la actriz americana Constance Dowling, otros a la traición de la misteriosa “donna della vocce roucca” como él solía llamarle y a profundas crisis depresivas-- tal vez la explicación sea mucho más sencilla y dolorosa: y es que vivir, también cansa.

Cuatro poemas de Césare Pavese

Y entonces nosotros, los viles

Y entonces nosotros, los viles
que amábamos la noche
que murmura, las casas,
los caminos del río,
las sucias luces rojas
de aquellos lugares, el dolor
manso y callado
arrancamos las manos
de la viva cadena,
y callamos, mas el corazón
nos estremeció la sangre,
y ya no hubo dulzura,
no hubo un abandonarse
junto al sendero del río
no más siervos, supimos
estar solos y vivos.


In the morning you always come back (1)


La tronera del alba
respira con tu boca
en las calles vacías.
Tus ojos son luz gris,
dulce gotas del alba
en las negras colinas.
Tu hálito y tu paso
como el viento del alba
a las casas sumergen.
La ciudad se estremece
tienen olor las piedras
vida y despertar eres.

Extraviado lucero
en la luz de la aurora,
sonido de la brisa
respiración, tibieza
la noche ha terminado.

Eres luz y mañana.


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba de la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
n grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.


The night you slept (2)

También la noche se te parece,
la noche lejana que llora
muda, dentro del hondo corazón,
y las estrellas pasan cansadas.
Una mejilla toca a otra
es un frío temblor, alguien
se agita y te suplica, solo,
perdido en ti, en tu fiebre.

La noche sufre y espera el alba,
pobre corazón que te sobresaltas.
Oh, rostro secreto, negra angustia,
fiebre que aflige a las estrellas,
hay quien, como tú, espera el alba,
mirando tu rostro en silencio.
Estás tendida bajo la noche
como un cerrado horizonte muerto.
Pobre corazón que te sobresaltas,
un día lejano fuiste el alba.


(1) “Por la mañana tú siempre regresas”; en el original está en inglés.
(2) “La noche que dormiste”; también en inglés en el
original.